El fin de semana pasado tuve la oportunidad no solo de conocer el policlínico Emmanuel y el centro de la tercera edad, sino también de conocer el distrito de Ventanilla, un lugar que parece sinceramente otro país, pues al terminar de cruzar la carretera en donde están La Pampilla, la fabrica de Ajinomoto y los depósitos de los contenedores y empezar a entrar al limite de las viviendas que allí se levantan, uno se sumerge en el otrora arenal que ha sido poblado por cerca de un millón de habitantes.
Las condiciones de vida en ese lugar son duras: no hay desagüe, el agua potable es escasa, la seguridad casi nula, pocas son las viviendas de material noble.
No en vano el Padre Kato escogió un lugar así para dar inicio a su obra, que hoy en día ha crecido y ha alcanzado un nivel inimaginable en sus inicios.
Al cubrir la nota de la celebración de los veinte años de funcionamiento del policlínico, conversaba también con las personas que laboran en el lugar: los chóferes de las camionetas que transportan a las personas que se dirigen al policlínico desde el Cultural Peruano-Japonés, los porteros que aquel día controlaban el ingreso de las personas (ese día coincidió con la campaña que realizan a menudo), con las asistentes del centro para la tercera edad que se encuentra al lado del policlínico y una serie de personas mas que laboran en tan noble obra.
Que aquellas personas que laboran en condiciones tan adversas tengan derecho a quejarse, es comprensible, pues el enorme sacrifico que hacen para estar allí junto con sus propios problemas personales se entremezclen y necesiten de alguien que escuche cosas que nunca son publicadas es comprensible:
-“Aquí la gente es malcriada”- me relataba uno de los encargados de cuidar el ingreso de las innumerables personas que ingresaban al policlínico- “muchos nos dicen…¿Por qué hasta la una nomás?, trabajen hasta las cinco…. ¡si quieren hacer algo, háganlo bien…! Ya vas a escuchar las cosas que nos dicen…..- efectivamente. Con solo estar de pie al lado de la puerta de ingreso menos de una hora se notaban problemas en las colas, reclamos a viva voz, mentadas de madre, entre otras cosas. Todo esto sumado al escándalo que hacían las criaturas que iban en brazos de sus madres o las señoras que vendían papa con huevo al lado de los muchos que hacían cola bajo el sol del arenal de Ventanilla. Un ambiente que irritaría a cualquier persona.
Luego cuando me encontraba participando de la misa que celebro el Padre Kato aquel domingo en la capilla de la Casa de Reposo de la Tercera Edad, escuche los quejidos de un nisan “residente”, entrado ya en años que reclamaba a viva voz: ¡solo por que tienen plata los llevan a ellos primero, cuando uno no tiene plata lo tratan peor que una basura! dirigiéndose a las auxiliares que una vez concluida la misa llevaban a los ancianitos al comedor.
Así como también la auxiliar que llevaba a aquella obachan en silla de ruedas que gritaba cosas como “apúrate, llévame mas rápido” en un tono totalmente impertinente, por la edad desde luego. Estoy seguro que en muchos momentos de tensión y de hartazgo, la auxiliar hubiera querido llevar a aquella obachan a una cita con el Dr Jack Kevorkian, pero que por razones existenciales y reales se tiene que tragar el sabor amargo por considerarlo “gajes del oficio”.
El hecho de haber estado tan solo escasas horas en el lugar y haber sido testigo de este tipo de acontecimientos, me da que pensar en el día a día de aquellos trabajadores que vencen las duras condiciones del lugar, sus peligros, la gente y las actitudes con las que se enfrentan rutinariamente y no me queda mas que brindarles mi mas sincera admiración por esta noble causa a la que dedican sus vidas.
SON VERDADEROS HEROES ANONIMOS
Los viejitos parecen tranquilitos pero muchos se las traen.
El Dr Jack Kevorkian, médico armenio-estadounidense que causo una serie de controversias en su momento.
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